Ayer por la mañana en el aeropuerto de Ezeiza, perros entrenados de Aduana detectaron cocaína en pallets de soporte de una máquina que viajaba en un vuelo de cargamento de la empresa holandesa KLM. La inspección de rutina al vuelo que había llegado desde San Pablo, Brasil, se realizó en el proceso de carga y descarga de sus contenidos: el destino final del avión era Ámsterdam. La empresa a cargo del despacho fue Martinair Cargo, parte de KLM, su firma global dedicada al transporte.
Así, los perros ladraron. No hizo falta romper metal para encontrar la cocaína: estaba relativamente a simple vista, oculta en cajas dentro de los rieles de los pallets. Era mucha: 82 kilos en total.
El operativo para esclarecer el caso empezó rápidamente bajo las órdenes del juez Javier López Biscayart y el fiscal Emilio Guerberoff junto a la PROCUNAR, el ala de la Procuración dedicada a investigar delitos de narcotráfico, con allanamientos a cargo de la PSA en la provincia de Buenos Aires y Capital Federal. Hubo siete detenidos, tripulantes del avión y empleados de Martinair que comenzaron a ser indagados a lo largo de esta mañana: varios de ellos desconocieron la carga narco, uno de ellos se negó a declarar. Las casas de los detenidos fueron registradas, así como las oficinas porteñas de Martinair: se secuestraron teléfonos y computadoras que serán peritados.
Ayer por la tarde, un video de cámaras de seguridad mostró a dos empleados mientras cargaban las cajas con los panes de polvo. Fueron inteligentes para disimular la carga: usaron paquetes de aceite de motor de avión marca Mobil. Hasta ahora, esos dos hombres de Martinair son los principales sospechosos del caso. A.E.A, de 33 años, con domicilio en Ciudad Evita, con diez años de trabajo en la aerolínea de acuerdo a registros previsionales, fue arrestado ayer. Quedaba el otro, que finalmente cayó.
V.G, de 47 años, fue detenido a las 4 de la mañana de hoy por la PSA, confirman fuentes de la investigación a Infobae. PlayAsí cargaron a un avión más de 80 kilos de cocaína en el aeropuerto de Ezeiza
La historia laboral de V.G es interesante. Inscripto en los rubros de remises y taxis de la AFIP, el nuevo detenido es un veterano de la industria aeronáutica. Ingresó a la nómina de Martinair al mismo tiempo que su cómplice: antes había trabajado para otras cinco líneas aéreas de pasajeros y de transporte como Austral y American Airlines, con empleos registrados desde 1999.
Los números personales de A.E.A son interesantes también: llegó a acumular más de un millón de pesos en deudas a mediados del año pasado, canceló un fuerte rojo de casi 770 mil pesos con un banco en agosto de acuerdo a registros comerciales.
V.G será indagado en la tarde de hoy, según coinciden las fuentes. Hay, por lo pronto, un debate interno en la causa respecto de sobre quiénes recae la responsabilidad, si los pilotos son cómplices, o solo los hombres de la empresa de carga tienen que estar detenidos. “Nueve tipos para una maniobra como esta es mucho”, dice un experto, “muchos que pueden hablar de más, mucha plata para repartir”.
La mecánica para cargar la cocaína fue mucho más sencilla que otros contrabandos narco a los que está acostumbrado el fuero en lo penal económico, camuflajes con droga de alta pureza que viaja a Europa o Asia en containers o por correo. Mucho más sencilla que enviar una mula, por otra parte, con un alto riesgo de ser identificada por policías en las zonas de preembarque de un aeropuerto, lo que implica para un narco perder su carga y poder ser delatado.
La modalidad se conoce como “rip off”, un aprovechamiento, ocultar la droga como un polizón dentro del envío de otro en un vuelo cargo o la bodega de un barco: así, los contenedores de la cocaína son un ítem en negro, no forman parte de ningún manifiesto de carga, un fantasma o un secreto compartido. El dueño de las cargas y sus remitentes quizás desconocen que le plantan un estupefaciente. Para que la jugada funcione, solo hace falta otro cómplice del otro lado en el puerto o aeropuerto de llegada, alguien que sepa del envío y lo recupere, quizás, creen investigadores, otro empleado de Martinair.
La droga en sí misma tenía otro enigma: varios de los panes no tenían logo o cuño alguno, supuestamente una marca de los productores o de las bandas para firmar su producto. Un pan al menos sí lo tenía, la sigla “PCU” en un fondo rojo, relativamente infrecuente en el negocio de la cocaína en América Latina. El BOPE de Brasil lo había encontrado a mediados de diciembre del año pasado en un operativo en la ciudad de Teresina donde se encontró una tonelada. Ocasionalmente aparece en Paraguay: el 3 de enero último, un perro olió ocho kilos de polvo marca “PCU” en una valija transportada por una mujer en el aeropuerto Petirossi en Asunción con rumbo a España.