Empieza el verano y con el verano se reedita una eterna polémica de las redes sociales: team verano contra team invierno. O sea, los que sufren más el frío contra los que sufren más el calor, porque en este caso los “equipos” no se definen tanto por aquello que disfrutan como por lo que menos sufren.
¿Por qué sufrimos las temperaturas extremas?
Los seres humanos tenemos muchísimas maneras de organizar mentalmente a los organismos que componen ese variadísimo espectro que llamamos “vida”, y que incluye desde las bacterias más pequeñas hasta las ballenas azules, pero la que más nos interesa en este caso es el que los divide entre los homeotermos y los poiquilotermos. No te asustes por los nombres.
Los homeotermos, entre los que nos encontramos nosotros (los Homo sapiens), son aquellos capaces de mantener relativamente constante la temperatura corporal independientemente de cuál sea la temperatura ambiental. ¿Hace frío? Tu cuerpo va a tener una temperatura de aproximadamente 37 grados. ¿Hace calor? Tu cuerpo va a tener una temperatura de aproximadamente 37 grados.
Los poiquilotermos, por el contrario, no son capaces de mantener constante su temperatura y, por lo tanto, dependen de lo que esté pasando afuera. Si alguna vez viste (y envidiaste) a una iguana tomando sol en una piedra, pensá que para ella es una necesidad vital y no una ocasión de goce. Si no está al sol en ese momento, tomando el calor que necesita para que su actividad metabólica mínima la mantenga viva, muere. Lisa y llanamente.
Aunque existen algunas excepciones, en general los organismos homeotermos obtienen la energía para mantener la temperatura de procesos químicos que ocurren en el interior del cuerpo, y no en el exterior. La termorregulación -o sea, la capacidad para producir calor en ambientes fríos o ceder calor en ambientes cálidos- insume buena parte de la energía que proporcionan los alimentos y en ella interviene todo el cuerpo, desde el cerebro hasta la piel.
Cuando temblás en invierno, por ejemplo, lo que está haciendo tu cuerpo es tratar de darse calor contrayendo y dilatando los músculos lo más rápido posible. Cuando transpirás en verano, al contrario, tu cuerpo lo que busca es humedecer la piel de manera que cuando se evapore el agua, la temperatura disminuya.
Si esos mecanismos funcionan mal, o no funcionan, se ven afectadas diversas funciones corporales.
¿Cómo afecta el calor a tu cuerpo?
Bueno, ahora sabemos que necesitamos mantener la temperatura corporal relativamente estable, y que mantener la temperatura corporal es costoso en términos energéticos. Y esto, por supuesto, tiene consecuencias en cómo nos sentimos. Como es verano, me voy a concentrar en los efectos comprobados que tiene el calor.
Cuando hace calor como vino haciendo estos días, nuestros cuerpos trabajan fuerte para que la temperatura corporal no se eleve por encima de los límites saludables. Por ejemplo, además de la transpiración, los vasos sanguíneos que se continúan en los capilares de la piel se dilatan, permitiendo que fluya más sangre hacia allí y que se libere calor. El mayor flujo de sangre explica por qué en los días de mucho calor la gente suele tener el rostro enrojecido.
Otra consecuencia de calor es que, a causa del sudor, podés deshidratarte. Y no, no te podés hidratar con birra, porque el alcohol es un diurético: o sea, te da ganas de hacer pis y terminás eliminando más líquido del que incorporás.
Si la temperatura es muy alta, entonces, el cuerpo gasta mayor cantidad de energía por unidad de tiempo que si la temperatura es más templada. Y ese trabajo extra que realiza es la causa de que, en general, sientas más cansancio y aletargamiento: lo que te dice tu cuerpo es, básicamente, que gastes la menor cantidad de energía posible en actividades prescindibles, porque él se está esforzando mucho por mantener una temperatura en la que todas las funciones metabólicas elementales que te mantienen con vida puedan llevarse a cabo adecuadamente.
¿Y qué pasa con el rendimiento cognitivo?
¿Viste las instituciones educativas que prohíben que sus estudiantes vayan en pantalones cortos por una absurda decisión protocolar, aun en días en que la temperatura supera los 30 grados? Bueno: básicamente, los están condenando a un peor rendimiento. Y lo mismo ocurre con los trabajos de los adultos.
Hace un par de años, un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Harvard siguió durante 12 días de mucho calor a 44 estudiantes que vivían en habitaciones compartidas de los dormis de la Universidad. La mitad de ellos tenían aire acondicionado y la mitad no.
Cada mañana, esos estudiantes eran evaluados en tests cognitivos, de concentración, de tiempos de reacción y de memoria. Y los resultados fueron, en todos los casos, peores para quienes vivían sin aire acondicionado que para quienes sí lo tenían.
Aunque hay menos estudios aún de los que harían falta para entender cómo afecta el calor a nuestro cerebro y nuestras funciones cognitivas, ya son varios los que señalan esta tendencia.
Necesitamos empezar a entender que muchos de los protocolos con los que guiamos nuestras vidas cotidianas van en contra de la mejor evidencia científica que tenemos al respecto. Es hora de sentar a la ciencia a la mesa de discusiones.