Cuando el Presidente abrió la reunión con los gobernadores, en la residencia de Olivos, la decisión sobre la cuarentena generalizada ya estaba tomada. Con restricciones de circulación ya dispuestas en siete provincias y la postura unánime de los gobernadores de endurecer las medidas, a Alberto Fernández solo le quedaba una carta sobre la mesa.
Dos imágenes resultaron decisivas: el éxodo turístico hacia Pinamar y los incidentes en la estación de trenes de Once . La primera, para endurecer el confinamiento. La segunda, para anticipar la medida, que en un principio estaba prevista para el sábado.
Consciente de que la presión social iba en alza, el Presidente también se había convencido de que lo mejor era extender el confinamiento obligatorio a todo el país. El encuentro con los mandatarios fue una escenificación para fortalecer esa medida y comprometer a todas las provincias en su cumplimiento.
Los gobernadores no escatimaron apoyo. “Nosotros somos los coroneles y usted es el general en esta batalla”, le dedicó Alberto Rodríguez Saá, de San Luis. Varios, sin embargo, pidieron precisiones sobre la implementación. Juan Schiaretti, de Córdoba, preguntó por el impacto económico en los sectores más pobres.
En el ingreso a la residencia, los mandatarios y sus colaboradores confirmaron que la reunión sería decisiva. A todos les tomaron la temperatura antes de cruzar el segundo portón de acceso a la quinta. Los asistentes se quedaron afuera. Solo se permitió que ingresaran los choferes. Debieron esperar una hora hasta el inicio de la cumbre. Sobre la mesa que encabezaba Fernández solo había vasos de agua y unas pocas medialunas. Al Presidente le sirvieron gaseosa de pomelo, como siempre.
No hubo un solo gobernador que pidiera seguir una estrategia más gradualista. Al contrario, varios reclamaron herramientas legales más duras para garantizar la cuarentena. Gerardo Zamora, de Santiago del Estero, llevó la voz cantante: insinuó la necesidad de decretar el estado de sitio. “Necesitamos medidas más severas”, dijo, y mencionó el aluvión de turistas que llegó a Pinamar. “La gente no toma conciencia”.
El Presidente, que abrió el encuentro y después le cedió la palabra al ministro de Salud, Ginés González García, respondió que no era solo una discusión legal sino que había que tener en cuenta el impacto social que podía tener la declaración del estado de sitio. El gobernador se conformó con la opción del “asilamiento social obligatorio”.
A la mañana, Omar Perotti, de Santa Fe, había metido presión. “Soy partidario de la cuarentena total cuanto antes. Hay muchas personas a las que les cuesta entender que hay que tomar medidas de este tipo, pero por la magnitud de esta pandemia son necesarias”, dijo, vía Twitter. Jorge Capitanich, de Chaco, y Gerardo Morales, de Jujuy, estaban en la misma sintonía.
El único gobernador al que se le atribuía algún matiz, Axel Kicillof, muy preocupado por los efectos económicos de la medida sobre los sectores más pobres de la provincia, participó de la cumbre por teleconferencia, porque estaba reunido con los intendentes. “Queremos hacer lo que indiquen los médicos”, dijeron temprano en su entorno. Para ahuyentar fantasmas, el mandatario subió al escenario para los anuncios ante la prensa, junto con Horacio Rodríguez Larreta, Perotti y Morales. El Presidente les pidió a Schiaretti y Gustavo Bordet, de Entre Ríos, que ocuparan la primera fila de asientos.
Fernández se guardó solo un as bajo la manga. Desde anoche, después de la reunión que mantuvo con los jefes parlamentarios en la Casa Rosada dejó correr que la cuarentena empezaría el sábado a las cero horas, en decir, a la medianoche del viernes. “Una jugada táctica”, definió uno de los habitantes del sector presidencial de la Casa Rosada.
El Gobierno necesitaba esas horas para afinar la implementación de la medida, definir los sectores exceptuados y coordinar el operativo para garantizar la distribución de alimentos. A la mañana, la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, había estado en contacto con los ministros provinciales, pero a ninguno le anticipó que la medida empezaría el viernes.
Con el correr de las horas, Fernández se convenció de que debía el confinamiento debía arrancar cuanto antes. Los funcionarios que lo acompañaron, Juan Manuel Olmos, y Julio Vitobello, entre otros, coincidieron en que el viernes las calles podían convertirse en un caos, si no se actuaba de inmediato.
FUENTE: La Nación