El panorama en Brasil es alarmante. Los hospitales están colapsados, con muchos pacientes que mueren a la espera de una cama en terapia intensiva, la variante del coronavirus altamente contagiosa se extiende por todo el país, el presidente Jair Bolsonaro insiste en tratamientos no probados y el único intento de crear un plan nacional para contener el Covid-19 no tuvo demasiada consistencia.
En efecto, durante la última semana, los gobernadores brasileños trataron de hacer algo que Bolsonaro rechaza obstinadamente: armar una propuesta para que los estados ayuden a frenar el brote más letal del virus hasta la fecha en el país. Se esperaba que el plan incluyera un toque de queda, la prohibición de eventos multitudinarios y límites a las horas en las que pueden funcionar los servicios no esenciales.
Pero el producto final, presentado el miércoles, fue un documento puramente declaratorio de una página que incluía un apoyo general a la restricción de la actividad pero sin medida específica alguna. Seis gobernadores, todavía temerosos de enfrentarse a Bolsonaro, se negaron a firmarlo.
El del estado de Piauí, Wellington Dias, dijo a la agencia AP que, a menos que se alivie la presión sobre los hospitales, cada vez más pacientes tendrán que pasar la enfermedad sin una cama en un hospital ni la esperanza de recibir tratamiento en una unidad de cuidados intensivos.
“Hemos llegado al límite en todo Brasil; raras son las excepciones”, afirmó Dias, que dirige el foro de gobernadores. “La posibilidad de morir sin ayuda es real”.
Esos decesos ya han comenzado. En la región más rica de Brasil, San Pablo, al menos 30 pacientes murieron este mes esperando una plaza en la UCI, según un conteo publicado el miércoles por la web de noticias G1.
Tareas de ampliación en el cementerio Vila Formosa, en San Pablo
Tareas de ampliación en el cementerio Vila Formosa, en San Pablo
Andre Penner – AP
Las unidades de cuidados intensivos para pacientes de Covid-19 han alcanzado niveles de ocupación críticos por encima del 90% en 15 de 27 capitales estatales, según el centro biomédico Fiocruz.
En Santa Catarina, en el sur del país, 419 personas esperan una cama en una unidad de cuidados intensivos, y en el vecino Río Grande do Sul, las UCIs están al 106%, con más pacientes que su capacidad de atención.
“Medidas más rígidas”
Alexandre Zavascki, médico en la capital de Río Grande do Sul, Porto Alegre, describió la llegada constante de pacientes con problemas para respirar. “Tengo muchos compañeros que, a veces, se retiran de las salas para llorar. Esta no es la medicina que estamos acostumbrados a practicar. Esta es una medicina adaptada para un escenario de guerra”, dijo Zavascki, que supervisa el tratamiento de enfermedades infecciosas en un hospital privado. “Vemos que una buena parte de la población se niega a ver lo que está ocurriendo, se resiste a los hechos. Esas personas pueden ser las próximas en pisar un hospital y querrán camas. Pero no habrá ninguna”. El país, agregó, necesita “medidas más rígidas” de las autoridades locales.
A pesar de las objeciones del presidente, el Supremo Tribunal Federal de Brasil confirmó la jurisdicción de las ciudades y los estados para imponer restricciones a la actividad. Aún así, Bolsonaro condenó constantemente cualquier medida restrictiva, al alegar que la economía necesita seguir activa y que el aislamiento causaría depresión. Las medidas se relajaron al final de 2020, cuando las infecciones y decesos por Covid-19 descendieron, se inició la campaña para las elecciones municipales y los brasileños que regresaron a casa estaban cansados de la cuarentena.
El último repunte está impulsado por la variante P1, que según dijo el ministro de Salud del país el mes pasado, es tres veces más transmisible que la original. Se hizo dominante primero en la ciudad amazónica de Manaos, y en enero obligó a trasladar por aire a cientos de pacientes a otras regiones.
Fuente: La Nación