Días atrás escuchaba en una mesa de café sobre las medidas de bioseguridad a implementarse en las próximas elecciones. Que el sobre y no pasar la lengua para cerrarlo (mmm), que la birome propia, que la fila, que los horarios ,que el barbijo, que las vacunas. Todo bien. Hasta que uno de los participantes lanzó una pregunta retórica, de esas que se contestan solas. “¿Tanto cuidado por esa oferta electoral? Yo no pienso salir de casa por esos candidatos y lo que representan. No vale el riesgo”. Y a continuación, comenzó en la mesa de café un intercambio de ideas. La cuestión sanitaria, si. Pero también sobrevoló primero y se asentó después, que las propuestas electorales no se explican, que lo único que sirve es la puteada al otro y que en última, ambos extremos de esta polarización, se parecen demasiado. Si, es verdad, mucha carga porteña en el debate. Pero apareció el presidente pontificando sobre la pandemia y al mismo tiempo violando todo su discurso de una manera opulenta, ofensiva, procaz y desvergonzada. Pero luego hizo su ingreso Macri, volviendo de Europa y violando la cuarentena: parecía no importarle nada. Y si hacía falta algo, al vergonzoso circo se unió Lilita, la defensora de la moral y la república, que en plena pandemia hizo su cumpleaños con más de 70 personas, entre ellas el jefe de gobierno de Buenos Aires, Rodríguez Larreta, quien había cuestionado la actitud del presidente. Tantas fiestas y el único que no fue invitado a las mismas fuiste vos, fui yo, fuimos los que no tenemos privilegios y nos estuvimos cuidando.
Y como en un cuento de George Orwell, se me apareció una “casta” de personas con todo tipo de privilegios, que ordenaban el sistema, determinando quien seguía y quien se iba a las duchas, y por otro lado “nosotros” que cada tanto debemos legitimar a esos mandatarios con nuestro voto. Legitimar este estado de cosas.
Pero si es como si la política estuviera más envirusada que cualquiera.
Infectada.
Entonces se me ocurrió la idea e ponerle un barbijo a la urna este 12 de septiembre. No sólo para protegernos del COVID, sino también para protegerá la Democracia y a la República del virus del privilegio y de la falta de compromiso social por parte de esta dirigencia.
Ir a votar significa legitimar este orden de cosas, estos privilegios inadmisibles. Transformemos la bronca, expresemos este sentimiento de frustración y decepción en una actividad militante y positiva: la de no legitimarlos. Nos quitemos la mierda de encima y se la ofrezcamos como monumento, como regalo a su dedicación. Lo vemos, sacándose fotos con políticos de Buenos Aires, esos que han hecho del privilegio y el clientelismo, una profesión de vida. Digamos basta!
Pongamos BIEN el barbijo en la urna, que tape la ranura de entrada del voto, la protejamos de esa virus y les demos un escarmiento. El 12, no cuenten con mi voto.