Una decisión de última hora desplazó a De Pedro de la fórmula presidencial para evitar el enfrentamiento interno. Cristina priorizó el consenso y colocó a sus dirigentes en los mejores lugares de las listas legislativas.
La sorpresa de última hora en el cierre de las listas de Unión por la Patria (UP), imponiendo a Sergio Massa-Agustín por sobre Eduardo Wado De Pedro-Juan Manzur, la novedad que atronó sobre el final del viernes pasado, cambia el panorama político de los próximos tres meses de la Argentina.
El peronismo consiguió la unidad, evitó unas internas presidenciales casi sin precedentes que podrían resultar sangrientas, pero a la vez dejó abiertos numerosos interrogantes. Contra todos los pronósticos, la conductora natural del espacio nacional popular, Cristina Kirchner, con un análisis pragmático y ajustado a las novedades de última hora, aceptó desplazar del binomio presidencial a De Pedro, el candidato acorde con el perfil ideológico y portador de toda la simbología kirchnerista, la fuerza política dominante de los últimos 20 años, con excepción del período macrista (2015-2019).
Con todo, Massa mantiene una relación de confianza y acuerdo político con el kirchnerismo que ya lleva tres años y medio, desde que se reincorporó a la alianza cristinista, luego de un largo período de casi una década en que enfrentó a la vicepresidenta.
En esas horas finales, un hecho sorpresivo impulsó el cambio de la fórmula elegida por consenso mayoritario: el rol de los gobernadores del norte, mayoritariamente alineados con el Frente de Todos (FdT). Lo que parecía un apoyo explícito para De Pedro, se terminó deslizando hacia Massa.
El candidato “kirchnerista puro”, luego de la derrota transitoria (y condicionada por el caso del asesinato de Cecilia) de Jorge Capitanich en las Paso de Chaco, habría inclinado la preferencia de al menos dos gobernadores, Gerardo Zamora (Santiago del Estero) y Raúl Jalil (Catamarca), quienes visitaron a Alberto Fernández en la Casa Rosada para imponerle que baje la candidatura de su apadrinado Daniel Scioli. En busca de la unidad.
Fernández, vacío de poder pero sin perder ninguna de sus capacidades para la operación política (al cabo, un dirigente que llegó a la Presidencia sin haber conseguido nunca votos propios en su larga trayectoria) vio un callejón, aceleró con su propuesta y forzó el acuerdo.
A pesar de su ajada relación con el ministro de Economía, cuando percibió que a los gobernadores les cerraba mejor Massa que De Pedro, el presidente propuso completar la fórmula con Rossi, el santafesino que fue llevado a su gabinete, justamente, con expectativa de intervenir en la sucesión de su propio gobierno. Cuando ya desgastado al extremo, su propia reelección resultaba una ilusión insostenible.
Allí es cuando la vicepresidenta decide no confrontar y se allana a una propuesta que nunca estuvo descartada entre las posibilidades, pero que no había sido opción elegida hasta el viernes al mediodía. El cálculo es simple: una interna con Scioli, un sector de los gobernadores, lo que queda del albertismo desde la Rosada y toda la maquinaria mediática opositora operando contra el candidato representante de la demonizada La Cámpora, podía derivar en un final tal vez más parejo y con posiciones irreconciliables.
La posibilidad de que el encanto del joven hijo de la generación diezmada se sobrepusiera a semejante tensión y sacara adelante a todo el conjunto del campo nacional a partir de la noche de 13 de agosto, eran bajas. Y el riesgo de un desgajamiento _tal vez irreversible_ del kirchnerismo, crecía.
Con todo, la presencia de los representantes del kirchnerismo será muy potente en el Congreso nacional: dominan los primeros lugares de casi todas las listas en los 24 distritos.
La decisión de Cristina resulta sensata, irreprochable y, a la vez, provoca frustración en amplios sectores de la militancia kirchnerista que, con franqueza, no encuentran una respuesta a la pregunta clave: ¿por qué llevar en la cima de la propuesta electoral a dos figuras políticas que, más allá de indiscutibles cualidades, llegan con un escaso arraigo electoral propio?. Y que, además, ambas no pertenecen al espacio cristinista, incluso cuando puedan exhibirse como aliados confiables, según momentos y circunstancias durante los últimos 20 años.
Los votos mayoritarios pertenecen al kirchnerismo. Sin embargo, la parte superior de la boleta de UP no será kirchnerista en sentido estricto. Aun así, la conductora estableció que la solución Massa-Rossi es la mejor para el delicado momento histórico. Y, se sabe, en el peronismo la conducción se acepta y se aplica: es un axioma, no requiere de demostración previa. Al cabo, el movimiento nacional se rige por las reglas del liderazgo y conducción y no por las reglas del democratismo liberal, propias de los partidos políticos del centro a la derecha.
El tiempo dirá si se trató de un acierto táctico de la lideresa del movimiento nacional o de un error que pondría en declive a todo un ciclo histórico, obturando el anunciado trasvasamiento generacional a manos de los hijos de la generación diezmada. Massa-Rossi no es la fórmula de los hijos de la generación frustrada. Es, más bien, una solución creativa que podría evitar males mayores, que paradójicamente podría crecer hacia octubre y para una eventual segunda vuelta, pero que se forjó en el despacho de un presidente que encara su último tramo del mandato carente de todo apoyo popular.
Como novedad reciente, UP facilitó la presentación de la fórmula presidencial alternativa (interna) de Juan Grabois junto a Paula Abal Medina, que compartirá boleta con todas las candidaturas a legisladores con la principal (Massa-Rossi). Un refugio para un sector de votantes por izquierda de la coalición, buscando evitar la fuga hacia otras papeletas de cuño trotskista. Los jugadores están en la cancha y el partido, como siempre, tiene final abierto.