“El viernes pasado otro interno me obligó a hacerle sexo oral y me quemó la espalda con agua hirviendo. Ya le hice la denuncia (…) hace una semana atrás me partió la jeta, ya venía partiéndome la jeta hace mucho. Tengo chichones en la cabeza porque también me pegaba en la cabeza y me quería pasar corriente. El interno que me hacía todo esto es Claudio Javier Gil”. Ese relato escuchó un psicólogo de un preso, al que vio llorar de bronca e impotencia el 15 de noviembre de 2016, cuando ese interno del Penal de Chimbas (entonces procesado por hurto) no aguantó más, se sobrepuso a la vergüenza y reveló detalles de la traumática experiencia que había sufrido días atrás, cerca de las 10 de la mañana del 11 de noviembre en la celda que compartían ambos. Ese día, además del agua hervida, fue amenazado con una bombilla en su cuello mientras estaba de rodillas.
El próximo 18 de septiembre el asesino serial de homosexuales Claudio Gil (46) llegará otra vez a Tribunales, a la Sala II de la Cámara Penal, para ser enjuiciado por ese ataque calificado como abuso sexual gravemente ultrajante y por lesionar a ese otro preso.
Si no acepta su responsabilidad en un juicio abreviado, el juez José Atenágoras Vega (secretaría de María Beatrice de Iranzo) decidirá de todos modos si le cabe aplicar una sexta condena, luego de ventilar las pruebas del caso y escuchar los alegatos de la fiscal Leticia Ferrón de Rago y el defensor oficial Marcelo Salinas.
> SANGRIENTO HISTORIAL
Gil había sido descripto por psicólogos como alguien “camaleónico” que finge y busca adaptarse para sacar provecho o establecer “relaciones parasitarias” con los otros. Y, esencialmente, como alguien con una ambigüedad sexual, un psicópata sádico que odia a los homosexuales.
Su aparición en la escena delictiva ocurrió cuando tenía un poco menos de 20 años. Por entonces había incursionado como locutor de radio, pero todo indica que se vio tentado por mayores ventajas y delinquió. En 1992 fue condenado a 9 años por robo de autos y privación ilegítima de la libertad.
Y siguió. Apenas salió de prisión se fue a La Rioja, donde empezó a inclinarse a eso de las “relaciones parasitarias”: se vinculó con un comerciante homosexual riojano, Alberto “Cacho de la Esquina” Herrera, al que mató a cuchillazos y quemó con auto y todo en 1997. En 1999 le dieron 12 años por ese crimen.
Volvió a salir y, de vuelta en San Juan, volvió a demostrar que no tiene límites. Atacó a golpes y quemó con agua a su propia madre (ya fallecida); en 2012 le dieron 11 meses de prisión por ese delito.
Y la seguidilla entonces incluyó otra vez los delitos más graves, dos homicidios a cuchillazos contra homosexuales por los que recibió perpetua. Su primera víctima en San Juan fue el chef Carlos Echegaray (47) a quien en complicidad con otro sujeto aún no localizado, le ató las manos hacia atrás y le dio 8 puntazos para luego robarle, entre el 6 y el 7 de enero de 2014 en su casa de Capital.
La última perpetua en su contra por matar de tres puntazos y robarle al jubilado Luis Espínola (85) entre el 6 y 7 de marzo de 2014, en Rivadavia, tuvo un condimento extra: el día del fallo, el 13 de mayo de 2016, le aplicaron el agravante del odio a la orientación sexual.